Comentario
Auténtica revelación en su tiempo, ningún pintor español había conseguido hasta entonces el nombre, la fama, de Mariano Fortuny. Sus contemporáneos admiraron ante todo la prodigiosa factura del artista, pues muy pocos manejaban el dibujo con tal seguridad, el color con aquella magistral combinación de luces y sombras, o sabían armonizar la franqueza de Velázquez y Goya con el fino acabado de Teniers, pocos conocían como él los secretos de la acuarela, el óleo, el aguafuerte. Pero por encima de su tremenda destreza en cualquier técnica, Fortuny poseía una gracia exquisita, una fina sensibilidad para dar vida a los asuntos buscados por el gusto de la época. "Virtuoso de sangre ardiente", creador de escenas, de modelos internacionalmente imitados, su estilo elegante y mágico fue el más apreciado, solicitado por coleccionistas y marchantes.
Sin embargo, tras el éxito y reconocimiento, el arte de Fortuny se verá sometido a distintas valoraciones, juzgado por criterios ajenos a su tiempo. Famoso por sus cuadros de género -pintura considerada menor entre otros por Miguel Angel y Diderot-, perteneciente por lo demás a un momento fronterizo, tras el cual el arte no volverá a ser el mismo, Fortuny será tachado de pintor frívolo, banal, complaciente en exceso con el público y relegado después a un respetuoso olvido. Figura sumamente atractiva, comienza a ser conocida, apreciada, ahora con mayor ecuanimidad, sin radicalismos. Sus obras suponen no sólo el reflejo de las aspiraciones sentimentales de la sociedad, de la época que le tocó vivir, sino de las propias aspiraciones e inquietudes del artista. Sus últimas creaciones en las que quiso pegarse el gusto de pintar para sí, pintar "como le diese la santísima gana", son un sorprendente avance de modernidad.